Comentario
Capítulo XI
Cómo saliendo en las canoas españolas por bastimentos, fueron muertos todos los españoles que iban en la una canoa con su capitán Varela por los indios
En el entretanto que Diego de Almagro había vuelto a Panamá por gente y socorro para proseguir el descubrimiento, habían determinado el capitán y sus compañeros de andar por entre aquellos ríos; y a la continua se morían españoles y otros adolecían; y al pasar de los ríos comieron a hartos de ellos lagartos. Los enfermos vivían muriendo; los que estaban sanos aborrecían la vida, deseaban la muerte por no verse como se veían. El capitán esforzábalos diciendo que venido Almagro, irían todos a la tierra que los indios que se prendieron en las balsas decían; no querían oírlo, ni creían a los indios cuando consideraban estas cosas; y como faltase mantenimiento, fue necesario salirlo a buscar, pues no tenían que comer. Y en las canoas fueron los que señalaron, nombrando entre ellos a uno por caudillo; los demás, con el capitán, se quedaron en la ranchería que tenían hecha. Los indios de aquellos ríos tenían por pesado el estar los españoles en su tierra; juntáronse muchas veces para tratar de los matar; no osaban a lo público dar en ellos porque los temían y habían miedo a las ballestas y espadas; mas pensaron de cuando saliesen en sus canoas, como salían, por los ríos de hacer algún gran hecho y matar a los que más pudiesen. Pues como saliesen las canoas, una de ellas, donde iban catorce cristianos españoles con su caudillo, que había por nombre Varela, se adelantó, por un caudaloso río, las otras, por donde subían a buscar mantenimiento, más de una legua; y era todo lleno de manglares y espesura, con grandes cenagales de la continua agua. Y en aquella tierra andan los ríos como los mares de la mar austral, que es diferente del océano, cada día menguaban y crecían; y como fuese bajamar menguó tanto el río, que la canoa quedó a seco. Los indios viéronlas venir y cómo se había, de las otras canoas, adelantado la que estaba en seco, y muy alegres, bien almagrados y enjaezados, abajaron más de treinta canoas pequeñas el río abajo para matar los que estaban en la grande. Los cristianos viéronlos venir, mas no tenían remedio para pelear ni para saltar en tierra, y encomendándose a Dios aguardaron a ver en qué paraba. Los indios, con la grita y alarido que suelen dar, se juntaron con ellos y los cercaron por todas partes y les tiraban flechas las que podían, y como el tino era cierto y no estaban lejos, acertaban donde apuntaban. La fortuna de los españoles fue infelice, porque por una parte se veían cercados de los indios; la tierra estaba lejos, el agua para que la canoa pudiera andar, era poca, las otras canoas estaban en seco, y no pudiendo resistir a los tiros de los indios, fueron todos muertos; y con placer grande que los indios tenían los desnudaron hasta los dejar en carnes; y como ya el agua creciese, pudieron las otras canoas subir el río arriba y conocer el daño que los indios habían hecho, de que recibieron mucha pena; y no apartándose unos de otros en las canoas, a pesar de los indios, tomaron el bastimento que quisieron en los pueblos que toparon, y con ello y con la canoa en que habían muerto a los cristianos, que por ser grande los indios no la pudieron llevar, volvieron adonde habían dejado el capitán, y como entendió la desgracia sucedida le pesó mucho.